Jorge sentado en la escalera

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jueves, diciembre 14, 2006

En un rincón

En la cálida y acogedora habitación, descansaba con los ojos como cerrados, como si no fuese hoy presente y, por tanto, no hubiese de llegar el pasado. Su imagen, sin duda, era la estampa tradicional de una persona de mediana edad agotada del paso acelerado de su juventud reciente, con la manta de viaje sobre las rodillas y una taza humeante cerca de su pecho y abrigada por sus manos frías. Fuera, no hacía frío y la temperatura no era cálida en el interior.
No dormía y, quizás, ni descansaba. No era necesario mucho más. Todos esperábamos este momento, pero confiaba en que no fuese yo el elegido para revelarlo a los demás. Permanecí un rato de pie, observando su imagen y la estampa. Descolgué el teléfono, marqué el número que primero me vino y llamé a mis padres, después de tanto tiempo. Ellos supieron lo demás y yo me dispuse a esperar, sentado cerca de la ventana y descansando con los ojos abiertos, como si el futuro fuese a presentarse de repente, sin más, irrumpiendo en una estancia antaño acogedora y helando las ventanas, los árboles y la taza como un mal recuerdo.
Cuando llegaron, desperté sobresaltado y pude observar mi habitación sola y desamparada, mientras recuperaba el aliento como si despertase de una mala premonición envuelta en sueños y en pesadillas. Necesitaba un café y me tomé mi tiempo. Al fin y al cabo, no tenía qué hacer.