Jorge sentado en la escalera

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sábado, enero 07, 2006

Alma blanca

(fragmento inicial del relato, publicado en la revista El celador)
El aire lo degenera todo. Hace que las cosas se degraden poco a poco, sin apenas sentirlo. Un día se corrompen y no queda atisbo de lo que fueron. Es así. El día en que metieron a Irene en nuestra clase, no lo sabía aún. Pero, es así. Es el aire que respiramos lo que nos echa a perder. Se incorporaba un mes tarde y todos trataban de ayudarla a ponerse al día. Sabiendo que sólo querían seducirla, ella les despachaba y se unía a las demás. No había muchas clases que recuperar, pero ella parecía saberlo todo. La misma tarde que vino, el tiempo se estropeó y cayó la primera lluvia del invierno. La lluvia que delataba el verdadero comienzo del curso, que presagiaba el abrigo, la bufanda, las tardes frías en casa y los zapatos embarrados. Esa tarde llegué calado hasta el tuétano y mi madre me llevó enseguida al baño para que no manchara nada y me secase enseguida antes de coger una pulmonía. Después ya vinieron la merienda y los deberes en mi habitación y, con los deberes, llegó mi padre, también chorreando. Me puse con los de Lengua porque si me pillaban escribiendo podría decir que era una redacción para el día siguiente. Me desahogaba escribiendo una supuesta carta a Irene; una carta estúpida que no iba a entregar porque, en el fondo, soy cobarde. No me amilano para dar la cara, pero para expresarme, para contar lo que siento, soy cobarde y lo escondo. En una ocasión, Armando y yo discutimos por una jugada mía en un partido que echamos en el recreo. Acabamos peleándonos y, al día siguiente, quise decirle que aquello no iba a ningún lado. Pelearnos apenas empezar las clases, después de no vernos en todo el verano, no merecía la pena. Menos aún porque le podía y no me gustaba zurrar a un amigo. Nunca nos habíamos peleado y, al fin y al cabo, aquel día íbamos en el mismo equipo. Hubiera deseado acercarme y decirle: venga, tío, olvidémoslo todo. Y no fui capaz. Tuve que zurrarle para no quedar mal. Pensaba que haría el ridículo o que se reirían de mí. No hay nada peor que eso; nada peor a ser el hazmerreír de todo el grupo. Luego estás jugando un partido y sus voces y sus risas te hacen no dar pie y hacer aún más el cantinflas y dejan de fijarse en ti. Escribiendo, al menos, saco un poco lo que llevo dentro y es algo que no va a ningún lado, nadie lo lee y todo se queda para uno, aunque bien le hubiese dicho cuatro palabras a esa pretenciosa. Cuando me ha gustado una tía, he jugado a imaginarme invisible para poder entrar a su habitación a hablarle. Me hacía sentirme escuchado. Y sentirme parte de algo. Pero esa tarde no era así, necesitaba soltar las riendas de mi aversión y escribí hasta la hora de la cena. A esa hora, me senté a la mesa y me enganché al televisor. Mi padre veía las noticias: seguían buscando a la chica que llevaba tres días desaparecida. Seguro que, harta de sus padres, se habría fugado con cualquiera, pero seguían buscándola como si de verdad pudiesen encontrarla. No tenían pistas sobre su paradero y, hasta el momento, sólo rastreaban la zona hasta con perros. Eso era todo, varios días sólo con eso: buscando.

1 Comments:

Blogger marcos_calvo said...

Es el alma de un chiquillo lo que llevas piel por dentro. No cambies nunca esa sonrisa de pillo, ni dejes de escribir como lo haces.

De un amigo en ese alambre,

Marcos

2:00 p. m.  

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